Se comenta por los mentideros de Hollywood que Lars Von Trier atravesaba una profunda depresión mientras rodaba Anticristo y que la aprovechó como terapia para superarla.
Tal vez este dato nos sirva para entender toda la “mala baba” que destila la producción que, si bien empieza de una forma sublime, acaba entrando en una espiral de secuencias desagradables que va in crescendo hasta llegar a ser realmente duras y crueles.
El film se divide en varios capítulos, comenzando con un prólogo rodado con tal maestría que roza la perfección. Pocas veces se ha rodado de forma tan poética una situación que avanza hasta la más grande de las desgracias de forma irremisible, lentamente, recreándose en cada detalle. Y si exceptuamos las imágenes más cruentas y explicitas, la película está visualmente muy trabajada, llena de contrastes y pequeños detalles (impresionante la metáfora del polluelo que cae del nido).
Trier coloca a sus propios Adán y Eva en un terrorífico infierno físico y emocional, en un paraje irónicamente llamado Edén y, como un dios cruel y sangriento, deja que se torturen hasta la locura. Y parece disfrutar con ello.
Es una lástima que la crudeza de determinadas escenas acabe por distraer al espectador de la historia de fondo y las motivaciones de los personajes que no acaban de quedar del todo claras.
Lo mejor: El prólogo, una obra maestra.
Lo peor: Puede llegar a resultar muy desagradable. No es apta para espíritus y estómagos sensibles.
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